Mi Mundo de Recetas

MI VIDA TEMPRANA y MIS EXPERIENCIAS en el DESIERTO



Nací en Palestina. Mi Madre estaba convencida de que yo era el Mesías. Contrario a la creencia popular, yo no era un niño santo. Cuando me llevaron al templo, a la edad de 12 años, para que me entrevistaran los Sumos Sacerdotes para determinar si era apto para entrar en la preparación Religiosa Judáica, me
rechazaron por ser demasiado testarudo. Amargamente decepcionada, mi madre me llevó de vuelta a casa e hizo lo que pudo para criarme en la santidad que le marcó su propio modo de comportamiento en todo momento. Ésta era una tarea imposible porque yo era sobre todo, un individualista y un revoltoso. Me molestó la normativa de mi madre y sus intentos de disciplina.Como joven, me volví imposible de controlar — ¡un verdadero rebelde! Rechacé la inquebrantable adherencia de mi madre a la fe y tradiciones Judaicas, prefiriendo la risa a las actitudes santurronas. Me negué a aprender un oficio que me atase a la rutina. Elegí mezclarme con todas las clases más humildes sin excepción; bebí con ellos, conocí a prostitutas y
me divertí hablando, discutiendo, riendo y siendo holgazán. Cuando necesitaba dinero, iba a las viñas durante un día o dos o hacía trabajos en los que me pagaban lo suficiente para comer y beber y darme al ocio que ansiaba.
A pesar de mis muchos defectos como ser humano, mis actitudes descuidadas e indolentes, mi voluntad caprichosa y determinación egocéntrica para pensar mis propias ideas sin importar lo que los demás pudieran pensar de mí, tenía una profunda preocupación por la gente. Era profundamente emocional. En tu habla de hoy, dirías híper-reactivo, híper-emotivo. Tenía un buen corazón, compasivo y empático. La presencia de la enfermedad, la aflicción y la pobreza me conmovían profundamente. Era fuerte partidario de los desvalidos. Se podría decir que era “de la gente.” Viví muy cerca de ellos en un espíritu de compañerismo; escuché sus penas, las comprendí y me preocuparon. Es importante comprender mis
verdaderos orígenes y mis características de temprana juventud porque fueron los acicates que me incitaron, empujaron e impulsaron finalmente a ser el Cristo.
Lo que más fuertemente aborrecí y no resistí fue la miseria – la enfermedad y la pobreza – que vi a mí alrededor. Eso me enfureció – y me volví apasionadamente enojado y vociferante por ver a la gente vestida en harapos, delgada y hambrienta, enferma y lisiada, y todavía siendo cruelmente intimidada por los líderes Judíos quienes la cargaban con leyes y prácticas tradicionales sin sentido, amenazándola con el castigo de Jehová si no obedecía. Proclamé a todos los que me querían escuchar, que este pueblo soportaba bastante sin ser doblegado por
medidas sin sentido restrictivas de placer. ¿Cuál era la razón de vivir si no nacíamos para ser felices?
Me negué a creer en un Dios ‘justo’ según las tradiciones Judaicas. Los advertencias bíblicas proféticas del ‘juicio y cólera’ de Jehová contra la gente, me indignaron. La gente era humana, después de todo, haciendo lo que su naturaleza humana le impulsaba a hacer. Nacieron pecadores - ¿por qué juzgarlos y condenarlos a una vida de sufrimiento y pobreza por romper los
Diez Mandamientos? ¿Cuál era el sentido de tales afirmaciones?
Para mí, esta creencia Judaica representaba un Dios ilógico y cruel, y no quería tener nada que ver con ‘Él’. Me parecía que si existía tal deidad, entonces el hombre estaba condenado a la miseria eterna. La sencillez y la libertad que encontré en las colinas, en las llanuras, en los lagos y en las montañas, refrescaron mi espíritu interior y tranquilizaron mi cólera que murmuraba contra el Dios Judaico. Por consiguiente, me negué a creer ni una palabra de lo que los Judíos mayores intentaron enseñarme.
Sin embargo, a los 25, 26 años, una nueva pregunta se apoderó de mi mente. Mientras paseaba cada vez con más frecuencia, a solas por las colinas, mi rebeldía fue gradualmente reemplazada por un anhelo que me consumía por saber y comprender la verdadera naturaleza de AQUEL que sin duda debía inspirar y respirar a través de la creación. Repasé mi manera de vivir y vi cuánto sufrimiento mis acciones habían causado a mi madre y a muchas otras personas. Aunque sentía tal compasión por los débiles y los sufridos, mi naturaleza
rebelde había dado lugar a mucho comportamiento desconsiderado y egoísta hacia mi familia. Mi amor subyacente hacía ellos ahora brotaba en mí y me encontré volviéndome igualmente rebelde contra mi comportamiento anterior. Hablaron de Juan el Bautista y la labor que realizaba entre los judíos que venían incluso de Jerusalén para escuchar sus palabras. Decidí visitarlo para que me
bautizara. De camino hacia el Río Jordán, me sentí muy entusiasmado ante la perspectiva de bautizarme y empezar una nueva vida.
Sabía que a pesar de mi emotividad desenfrenada, había nacido también con una inteligencia aguda, y con un don impresionante para el debate penetrante, el cual había utilizado caprichosa y negativamente, llevando a la gente a desenfrenadas discusiones. Había malgastado mis talentos siguiendo una vida egoísta, ociosa y de placer. Como consecuencia había perdido todo el respeto de los demás y tampoco me respetaba a mí mismo. Por primera vez esto me era intolerable. Se
me ocurrió que en el futuro, podía y debía disponer de mis dones naturales para mejor uso. En lugar de simplemente hacer ruido quizás podía encontrar una mejor manera de aligerar la carga de aquellos a quienes compadecía tanto. Hasta entonces, no había sido útil a nadie.- Fuente Cartas de Cristo

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